Por Pst Beaudry Septiembre 30, 2022
Este desafío al que nos enfrentamos se apodera de nuestros pensamientos. Tanto es así que puede impedirnos dormir o encontrar las soluciones adecuadas. La preocupación nos asfixia: ¡tenemos que deshacernos de ella!
La preocupación puede arruinar nuestro día. Puede arruinar nuestra semana. Puede arruinar nuestro mes. De hecho, la preocupación puede arruinar nuestras vidas. La raíz de la palabra “preocuparse”, o “merimnao” (en griego) significa “ahogar” o “estrangular”. La preocupación nos hiere, nos asfixia. Es por eso que debemos dejar de preocuparnos y comenzar a orar.
Todos tenemos preocupaciones en la vida, pero debemos recordar las palabras del apóstol Pablo: “No se preocupen por nada. Que sus peticiones sean conocidas delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias, Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4:6-7 RVC).
Cuando nos preocupamos por el futuro, nos paralizamos en el presente. La preocupación no vacía el mañana de su dolor; vacía el presente, hoy, de su fuerza. “¿Y quién de ustedes, por mucho que lo intente, puede añadir medio metro a su estatura?” (Mateo 6:27 RVC). Incluso cuando las cosas van bien, empezamos a preocuparnos de que algo esté mal, ¿verdad? Jesús dijo: “Así que, no se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá sus propias preocupaciones. ¡Ya bastante tiene cada día con su propio mal” (Mateo 6:34 RVC).
Un reflejo natural es algo que hacemos automáticamente. Por ejemplo, si accidentalmente tocamos algo caliente, inmediatamente retiramos la mano. Es un reflejo natural. Nadie tiene que enseñarnos cómo hacerlo. Convertir la preocupación en oración es un reflejo condicionado. Es algo que aprendemos a hacer. Debemos desarrollar el reflejo condicionado para convertir la preocupación en oración.
Cuando la preocupación se apodere de nosotros, cuando llegue el pánico, detengámonos y oremos ahora mismo. No olvidemos que Dios controla nuestra vida. Como cristianos, no creemos en el destino; creemos en la fe.